en su despacho

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viernes, 6 de noviembre de 2015

Notas Necrológicas II

Lugar de publicación: 
Anales de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid. Vol. XXV, Enero de 1987. 
Sesión necrológica. 

Doctor Don OLEGARIO ORTIZ,
Académico de Número. Catedrático de Patología Médica.

Con la venia de mis ilustres compañeros tomo la palabra para participar en esta conmemoración de don Emilio Zapatero Ballesteros. Si como dice el poeta Pedro Salinas, vivir es separarse, la muerte colma esta separación entre nosotros, esto sea dicho solo en sentido físico, porque los muertos nos acompañan siempre. De la existencia humana queda lo que realmente somos; por una parte la realidad biológica que por los genes se trasmite sólo a los descendientes, y por otra la realidad histórica que es la obra del espíritu de cada uno, un legado que a todos se nos ofrece. Los que hemos conocido esta realidad de don Emilio Zapatero, tenemos el deber de recordarla aunque para sus seres más queridos esta añoranza resulte todavía penosa. Esta honrosa designación hacia mí, más que por razón de mérito, ha sido, me consta, porque en mi trayectoria profesional existen algunas coincidencias con la de don Emilio, entre otras porque ambos, una vez terminada la licenciatura, ejercimos la medicina rural durante algunos años, ello me permite imaginar de algún modo esa peripecia de don Emilio Zapatero Ballesteros como médico de pueblo. También tuve la suerte de ser alumno suyo lo que me acerca más a su persona en tiempos más reales, aunque de eso haga casi medio siglo.
Hay alguna otra coincidencia, como veremos.
En el año 1924, cuando mi familia se traslada a vivir a Mucientes y yo iba a cumplir cuatro años de edad, don Emilio venía de médico al mismo pueblo. Por puro azar, pues, fue mi médico en la infancia durante un año que estuvo allí; acaso alguna vez me atendiera y es probable que me vacunara, de esto no guardo noción. Del primer médico que me acuerdo es de un sucesor suyo que se llamaba don Emilio Muñoz. Me visitó con motivo de un “andancio” contagioso que había por aquellos pueblos y caseríos y que llegó a nuestra casa. Se trataba de un catarro con calentura. A los pocos días me llené de granos con gran desazón. Esperábamos al médico con una ansiedad que crecía por momentos; cuando le vi llegar sentí un alivio instantáneo. Al día siguiente todo había desaparecido menos la tos. Siempre he creído que aquel sarampión le cure más por sugestión que por el efecto de unas medicinas que don Emilio nos recetó.

¡Cómo se grabaron en mi alma sus ojos azules y sus manos blancas! . Desde entonces yo sé lo que es un médico rural de aquellos tiempos. Su figura se acrecentaba más aún allá en una casa solitaria alejada del pueblo, donde el médico se hacía esperar más y la angustia crecía hasta alcanzar tanto agobio que no es extraño que su “aparición” tuviera efectos comparables al famoso “bombeo espinal de Speransky”, autor ruso que tras una punción lumbar comprimía y descomprimía el líquido cefalorraquídeo en varias oleadas sucesivas, con lo cual hacía desaparecer la erupción del sarampión y de la escarlatina. Y esta zozobra era mayor en aquellos tiempos en que casi todo lo que podía ofrecer la medicina general era la presencia, la mirada y la palabra del médico, es decir su persona; eso que Balint, psiquiatra suizo, dice que es el medicamento clásico y fundamental; pero del que ninguna Farmacopea dice la dosis que hay que dar a cada paciente. En esos pequeños pueblos donde ejerció don Emilio Zapatero se aprendía lo que es la curación de los enfermos porque todos los días se asistía a esta sencilla ventura.

Con frecuencia echaba mano de la mentira “piadosa” para ocultar tantas dudas y para que los familiares no perdieran la fe que tanto ayuda. El médico era algo así como aquel cura de Unamuno del San Manuel bueno y mártir, que también ocultaba sus dudas para mantener la fe de sus feligreses. Con frecuencia tenía que improvisar alguna respuesta ante la solicitud de los que buscan la salud de un ser querido. Recuerdo que siendo estudiante de medicina, una día acompañando en la visita a don José Para, entonces médico de Mucientes, después de ver a un niño febricitante y con fuerte dolor de cabeza, la madre vino por el portal hasta la escalinata y al momento de despedirla le preguntó con natural preocupación. ¿Doctor, y este dolor de que será?. A don José se lo ocurrió decir con energía persuasiva lo siguiente:
-¡ Pues señora, de que va a ser, del mismo dolor!. La madre queda extrañada nos seguía mirando. Mientras nos alejábamos hacia otra visita presentíamos su mirada por detrás como una pesadumbre.

Allí en los pequeños pueblos no era posible eludir la visita a los que no se curan a pesar de haber consultado a los mejores médicos de la capital, ni se podía abandonar a los que iban a nacer ni a los que iban a morir. Allí el médico sabía muy bien como comienza y cómo termina la vida y no podía faltar a ninguno si tenía clara conciencia de su papel; él siempre podía hacer algo.

Pero entonces también se hacía medicina preventiva en los pequeños pueblos, no es un invento de ahora; se vacunaba, se vigilaba el estado sanitario e higiénico y se enseñaba cultura sanitaria. Aquel médico era el ejemplo cabal de esa medicina global, holística, antropológica; era el genuino representante de la palabra que le da el nombre, pues como dice Corral en la Patología General, la raíz “meth”, en el sánscrito quiere decir “ir adelante”, y la imagen más lograda del que va delante es la del pastor, la más comparable a la del sacerdote y a la del médico de aquellos tiempos. Allí, sin medios de locomoción ni de comunicación, sin teléfono, llegada la noche y consumidos los remedios a su alcance solo le quedaba la luz del firmamento estrellado para tantas dudas y problemas. No es extraño que Goligorsky, en el chequeo a la fama de Jano, dijera que si tuviera que dar una imagen del médico, presentaría a la del médico de pueblo, que se ha perdido y que más que médico era un amigo.

Hoy con el progreso científico y técnico las condiciones de vida son mucho mejores, los medios de locomoción y de comunicación están al alcance de todos; gracias a los avances de la medicina es posible sobrevivir a muchos escollos que antes eran insalvables. Las condiciones de vida son mucho mejores, se vive más y mejor y somos más libres y vamos por la vida más confiados. La salud y el ocio es un derecho para todos y al médico también le han llegado esos grandes privilegios; somos más eficaces con la ciencia que nos acompaña; pero no podemos decir que seamos mejores. La relación entre médicos y pacientes es más libre pero menos solidaria. Estamos cada día más juntos pero más solos. La medicina se va deshumanizando a no ser que renunciemos a lo que es distintivo de los hombres: la compasión en el sentido más amplio de su etimología, que es lo mismo que la solidaridad.

Don Emilio Zapatero había puesto sus ilusiones en la docencia y en la investigación y en el año 1933 lograba la cátedra de Microbiología e Higiene de Santiago de Compostela y en 1935 la de Valladolid, más hasta que terminó la guerra civil, en el año 1939 no continuaron las enseñanzas con normalidad. Al año siguiente terminaba don Emilio de imprimir su libro de Microbiología Médica, el primero que se hacía en España, pues hasta entonces se guiaban por traducciones de libros extranjeros. Otro tanto ocurrió con la Patología Médica del profesor Bañuelos, fue también el primer libro de texto de esta materia en castellano.

Desde la perspectiva del aula y como un alumno más lo que más me motivaba de don Emilio en sus clases, aparte de su concisión y claridad, era el talante histórico. A todo daba énfasis, pero cuando daba datos históricos lo hacía con gran emoción y entusiasmo. Recuerdo su primer día de clase en Microbiología cuando decía:
“El primero que vio los microbios fue el holandés Leuwenhoeck, que tallando lentes ideó un microscopio y vio por primera vez a los microbios, eso que él llamaba animalillos… esto no siendo médico sino cuando era conserje del ayuntamiento de la pequeña ciudad holandesa de Delf”.

Otro tanto ocurría en cada lección cuando a cada microbio importante le unía con la hazaña histórica de su descubridor. Koch, Roux, Pasteur, etc. Los mentaba con tal unción y regusto que todos quedábamos prendidos durante la lección.

En las prácticas hacía gala de lo que es propio del que se dedica a los seres microscópicos, a toda costa trataba de que nos fijásemos en todos los detalles por mínimos que fueran. Al comenzar la práctica decía: ¡Anoten ustedes todo lo que necesiten para hacer la práctica y entréguennoslo por escrito!.

Siempre había alguno despistado que se acercaba a pedir una cerilla para encender el mechero. Don Emilio tomaba el papel miraba muy atentamente y a continuación decía: ¡ Eso no está escrito en su papel!. El alumno quedaba entristecido ante una mirada sonriente y un tanto disimulada de don Agapito San Juan que al fin nos proporcionaba lo que necesitábamos, pero después de la lección del profesor, que en el fondo sabía lo que iban a suceder.

Y lo mismo cuando estudiábamos la Higiene nos volvíamos a emocionar con algunos datos históricos. A nadie se le habrá olvidado esta descripción de Sanarelli a propósito de la ciudad de Benarés en las orillas del Ganges, de donde partían con frecuencia las infecciones del cólera morbo asiático: En aquella ciudad de la fe, en cuyas callejuelas angostas se encuentra cada cincuenta pasos un templo dedicado a cualquier divinidad, donde se ven circular vacas sagradas, monos sagrados, pavos sagrados, anacoretas sagrados, todo es sagrado: sagradas las piedras, el polvo, y la inverosímil porquería. En efecto, en Benarés está prohibida la limpieza de la vía pública. El suelo de ciertas calles y de ciertas plazas es toda una alfombra de estiércol y de .. flores, y un hedor acre, nauseabundo y potente, una tufarada de almizcle, de estiércol y de flores en descomposición y de incienso envuelve y apesta todo: cosas y personas. A cada paso se encuentran pavos sagrados que chillan y hacen la rueda, tórtolas que gimen, monos sagrados que gritan y se alborotan, papagayos que chillan, buitres famélicos que aúllan, y después siguen y se añaden sonidos ensordecedores de gong, de tambores, de campanas y de orquestas, explosiones de petardos, de fuegos artificiales…, etc. Y todavía, además, ídolos y más ídolos, ritos y más ritos, misterios divinos por todas partes, en los árboles y en los animales, y ceremonias religiosas sin tregua.

Una muchedumbre heterogénea de ambos sexos, completamente desnuda o semidesnuda, se apresura por todas partes, más especialmente en el dintel de los templos más venerados y en las pagodas más acreditadas, donde se difunde el eco de oraciones, de himnos, de imploraciones, de vociferaciones y de aires musicales salidos de los más extravagantes instrumentos de cuerda. Se ven por todas partes faquires cubiertos de ceniza, de cuerdas o de cadenas, inmovilizados y en los más fantásticos atuendos, como locos en todas las gradaciones del misticismo, apóstoles que predican, epilépticos que se retuercen, obesos y enfermos que aúllan, sacerdotes que gesticulan, bayaderas cubiertas de velos y de plata que venden amor para el templo de Visnú, penitentes que se fustigan y frotan la frente con el fango del suelo, gente que canta, que gime y se desespera, fanfarrias que suenan y oleadas de peregrinos que se suceden sin interrupción, al son de campanas y al ritmo de los tam-tam.

Y es que nadie está tan cerca de la realidad como el poeta en general que se esfuerza en expresarla buscando la palabra para rodear con su alma esa realidad que nunca llega a poseer; pero que es el que más se aproxima.

Un día cuando yo era médico en Zaratán recibí un oficio de la Jefatura de Sanidad en el que se me pedía que detallara las condiciones de habitabilidad de cada una de las casas del pueblo. La Ley establecía que todas las casas como mínimo debían disponer de una cocina comedor, habitaciones independientes, alcoba, gabinete, ventilación directa, patios abiertos, red de alcantarillado para el desagüe y los estercoleros a una distancia mínima de 500 metros del pueblo.

Al primer oficio no contesté, no sé si porque me daba vergüenza o por sentido del ridículo, pues ninguna casa reunía esas exigencias. Como en el texto de Higiene de don Emilio Zapatero se reflejaban lo establecido en las leyes sanitarias, cuando llegó por segunda vez el oficio lo comenté con él. Como enfadado me dijo algo así: los que legislan están en la higuera, lo hacen desde su despacho. Invíteles usted a dormir en Zaratán, en una de esas casas donde el pobre labrador duerme sobre el establo y desde donde le llega el calor animal y el vaho maloliente del estiércol, el que guardará en su corral, porque allá en las afueras se lo pueden robar y el día de mañana no tendrá el pan de cada día porque a la simiente sembrada en la besana no le llegará esa primicia que esperan las tierras resecas de nuestros páramos para dar su frutos.

Y ya acercándome un poco más a la persona de don Emilio les voy a contar alguna cosa más. Le recuerdo cuando venía hacia la Facultad, junto a la tapia de las Salesas; iba ligero, pensativo y cauteloso, pero en clara línea recta, con la decisión del que se sabe muy bien adónde va. Cuando hablaba se expresaba con tal gallardía y fuerza crítica que parecía que acabada de librar una discusión o una batalla. Sus palabras eran también firmes y resonantes; las sílabas palatales eran profundas y las labiales recortadas. Todas las vocales eran más oscuras, la O más que redonda parecía esférica, tal como cuando decía neumococo. Más bien parecía que todas las redondeaba y si ustedes me consienten que imite a Jean Cocteau en su diptonguismo poético sobre la voz de las estrellas, diré que las vocales las “oeaba”. Recuerdo que un día, cuando a los catedráticos se les obligaba a firmar para testimonio de su asistencia, ya se figuran por qué, don Emilio indignado exclamaba así:
¡La Universidad hioede, hioede!
 Al final de sus afirmaciones, para mayor firmeza, plegaba los labios y les fruncía un poco apretados como dando una costura firme a su expresión, al mismo tiempo que de sus ojos salía una chispa luminosa hacia nosotros los alumnos.

Permítanme ustedes que vuelva a aquellos días alegres de estudiante y les contaré cuitadamente, con todo respeto y cariño como nos imaginábamos a nuestros profesores y sus reacciones fuera de la seriedad de las clases, en un ambiente lúdico, por ejemplo jugando al futbol. A don Emilio le veíamos irguiéndose alborozado cantando el GOOOOL y a mi maestro don Misael Bañuelos nos le imaginábamos marchándose del campo diciendo, ya no juego por no haberme enviado el balón cuando le pedí para rematar de cabeza.

Pero don Emilio Zapatero tenía otras aficiones aparte de la lectura y sus relatos enjundiosos en el Norte de Castilla. Me decía otro de sus discípulos, Gerardo Ureta que una de sus grandes aficiones era la fiesta nacional, los toros. Como detalle de su erudición refería que un día un importante cronista taurino se acercó a don Emilio extrañado porque uno de los toreros más importantes de aquellos tiempos, Domingo Ortega, no venía incluido en un diccionario de toreros famosos por él consultado. A lo que don Emilio contestó con toda naturalidad: es que para encontrarle tiene que buscar a Domingo López Ortega, que es su nombre de pila.

La última vez que le vi y oí fue en el año 1975 cuando contestó a su hijo Emilio en el discurso de ingreso en la Real Academia. Tenía la misma claridad de expresión, un poco menos de energía y la voz entrecortada por la emoción.

Señoras y señores. Todo cuanto hubiera querido decir no ha sido posible, pues como dice el lingüista danés Jespersen, cuando hablamos, algo expresamos y algo suprimimos, pero tanto de lo que decimos como de lo que dejamos de decir, de ambas cosas siempre queda una impresión. Me gustaría que esta impresión haya sido certera y agradable.

Él se fue a su destino a cumplir su homenaje final pues al hombre no le espera otra cosa más que lo que vemos, la tierra. Es curioso saber que el hombre y la tierra, homo y humus tienen la misma raíz y el mismo origen. Acaso por ello se llaman lo mismo. Creemos que habrá visto algo más allá de la tierra pues como dice Elliot: “El final de toda nuestra exploración será llegar adonde empezamos y conocer el lugar por primera vez”.

Nosotros hemos querido traer aquí su espíritu, le hemos traído con el corazón, eso es recordar y no otra cosa.

lunes, 8 de junio de 2015

Notas necrológicas

Sesión necrológica en memoria del Dr. don Emilio Zapatero Ballesteros.
REAL ACADEMIA DE MEDICINA Y CIRUGIA DE VALLADOLID
Doctor Don Vicente Gonzalez Calvo, Académico de Número. Presidente de la Corporación. Enero 1987.

A las sensibles pérdidas que nuestra Real Academia vienen sucediéndose en los últimos años se suma la de uno de los miembros de número que más ha contribuido a dignificar nuestra Corporación en la que trabajo como ejemplar denuedo y entusiasmo: Emilio Zapatero Ballesteros, académico de número muchos años, actuando en no pocos como Secretario General.

Suele decirse que con la muerte llega la hora de las alabanzas y en efecto en ocasiones así ocurre. Por otra parte se exalta a veces la popularidad, que si adquirida merecidamente en muchos casos, se logra en otras por procedimientos nada ortodoxos. No excepcionalmente es quimérico el prestigio que se consigue, nadie sabe cómo y en cambio cuando lo sustenta la más absoluta veracidad, se atribuye irresponsablemente a ese singular fenómeno que se llama suerte cuyo significado no vamos a analizar ahora, no sin admitir que en ciertos casos de alguna manera contribuye a configurar o fomentar el mencionado prestigio.

Por fortuna estas circunstancias han estado muy distantes de la conducta humana, profesional y académica de Emilio Zapatero Ballesteros. Lejos de esto lo que logró que fue mucho y bueno no lo propicio nunca al azar ni a la improvisación sino el trabajo inteligente y tesonero de infinitas y muy duras horas que se sirvió de los mejores recursos para conseguir aquello que se proponía.

En todos los escenarios de trabajo, no precisamente escasos, la tares de cada día la inspiró una dedicación entusiasta, ilusión sin límites y el estímulo que incita al riguroso cumplimiento del deber.

Con insoslayable nostalgia se despiertan en mí viejos y agradabilísimos recuerdos, exacerbados al actualizar en estos momentos el día en que me cupo la ventura de conocer a nuestro llorado compañero, Emilio Zapatero, precedido de fama de muy aventajado estudiante como lo fue también su hermano Faustino.

Llevaba Emilio dos años de médico rural. Yo, cursado el segundo año de carrera me incorporaba gozoso, como alumno interno, a la Clínica de Patología Médica del maestro de ambos, doctor Bañuelos, personalidad admirativa de nuestra Universidad Española y  creador de muy cualificada escuela.

Aquel mismo día conocí a José Mª. Villacián y a Vicente Calvo Criado, profesores auxiliares de sublime magisterio y a los denominados entonces profesores ayudantes de clases prácticas, Manuel Casas Sánchez y Emilio Zapatero Ballesteros, conjunto enseñante muy difícil de superar. La distribución, disciplina y rigor en el trabajo dirigido por don Misael se imponían siempre. No  exentos de la estrecha amistad que a todos nos unía compartida con alegría de espíritu, si bien manteniendo en todo momento el obligado respeto que teníamos a nuestros maestros. Amistad que contó siempre son esos tres ingredientes, la benevolencia, la beneficencia y la confidencia que con mutuo afecto puto y desinteresado, que con fortaleza inexpugnable deben caracterizar a tan hermoso sentimiento. Amistad, la nuestra fraguada al calor de ilusiones y optimismo esperanzador y refrendado a su vez por imperecedera gratitud, no se extinguirá jamás.

Con honda pena  tengo que constatar que de los veinticuatro discípulos que integrábamos la escuela de Bañuelos en aquellos primeros y gratísimosaños, insistía con reiteración el maestro en el adjetivo gratísimo y escrito está, sólo vivimos Justiniano Pérez Pardo, Jesús Calvo Melendro, José Merino Hompanera, Plácido Bañuelos Terán y quien tiene el honor de dirigirles la palabra. Propedéntica por indicación del maestro, la aprendí de Emilio Zapatero. Sorpresa y no sólo a mí causaba del comprobar el trabajo hospitalario que comenzaba, lo compatibilizase, con  el ejercicio profesional en el medio rural en la vecina villa de Mucientes. El joven médico se enfrenta con ambiente nada propicio para alcanzar las metas soñadas.

Las enormes dificultades a veces inverosímiles, que el trajín profesional le deparó desprovistos de los más elementales recursos de diagnostico los contrarrestó con el estudio constante y la minuciosa observación y control del enfermo. Nunca se apreció en él asomo de contrariedad a pesar de las condiciones harto pecarías en las que desarrolló su jornada de sacrificado trabajo. Eso sí, sostenido con alegre talante no desprovisto del buen humos que le asistía siempre.

Emilio Zapatero se enfrenta con gentes de muy variopinta condición, mezcla, en cierto modo de sabiduría no cultivada que yuxtapuesta a actitudes, gestos y expresiones de los habitantes del agro, constituyeron para nuestro compañero, con acopio de experiencia, cantera inagotable de anécdotas, tantas, que con gracia singular evocaba no sólo con sus familiares y los que fuimos sus amigos, sino que tuvieron también eco, con uno u otro motivo, en actos públicos.

El cumplimiento de su contenido, con entrega, sentido de la responsabilidad y esa cosa tan importante, el acercamiento comprensivo al enfermo, merecieron encendidos elogios e inmenso reconocimiento de sus pacientes y convecinos rurales. La efímera pero muy eficaz tarea en elmedio rural bien aquilatada por el profesor Olegario Ortiz, resultados de enriquecedora experiencia, le fue utilísima para emprender con firmeza las rutas que se proponía.

El salto a la ciudad se impone. Abandona el medio rural y oposita a una Plaza de Médico de la Beneficencia Municipal de Valladolid, quizá como él decía, la mejor de las muchas que hizo. A lo menos, me permito agregar, la que más le ilusionó. La incorporación de Emilio Zapatero a la Beneficencia Municipal colmó de satisfacción a su Decano, don Alberto Macías Picavea, prócer médico en saber general y cultura humana, gran señor que paseaba la ciudad con ritmo lento, el bastón bajo el brazo derecho y a través de una barba nívea y muy cuidada, exhibía un semblante sonriente, que proyectaba la gozosa paz interior de que disfrutaba y la satisfacción del deber cumplido. ¡ Que estampa la de ese nombre y la del grupo de médicos de la Beneficencia y cuyo rectorado asumía y a los que dio ejemplo con su conducta recta y aleccionadora!.

¿Podemos suponer a dónde hubiesen llegado esos hombres si con su cualificado ejercicio profesional hubiesen contemplado las sensacionales conquistas de la Medicina y progresos de la técnica de nuestros días?.Tuvieron sí, el privilegio de que su trabajo estaba enmarcado en la sociedad de aquellas calendas que tanto supo respetar y valorar con merecida categoría la misión del médico tan distinta a la de nuestros días, sociedad que podemos asegurar no volverá más.

No obstante esto, todo esfuerzo es poco para reivindicar la mencionada misión del médico, una de las que más dignifican el trabajo del hombre que si implica sacrificio lo compensa con creces la ilimitada ficha de realizarlo. Emilio Zapatero, médico íntegro tan admirado por su Decano y compañeros, que destacó entre los profesionales de aquellos tiempos, tanto en la Casa de Socorro, así denominada entonces, como en la visitadomiciliaria, dio a su trabajo una altura verdaderamente ejemplar.

Inclinado decididamente por el estudio de la Bacteriología imprimió nuevos derroteros a su andadura profesional. Trabaja con ilusión en el Instituto Nacional de Alfonso XIII de Madrid y más tarde completa su preparación en el Hospital de Enfermedades Infecciosas dirigido por don Manuel Tapia, sabiduría clínica de excepción.

A los trabajos clínicos publicados durante su estancia en el medio rural, suma los de índole bacteriológica en número importante y algunos de ellos en revistas francesas, italiana e inglesas. La sólida preparación que logró le permitieron, previa oposición, acceder al Cuerpo de Sanidad Nacional siendo posteriormente nombrado Sub-jefe de Sanidad y Jefe de Epidemiología de Valladolid compatibilizando su trabajo habitual con conferencias y cursos de ampliación especialmente para médico rurales.

Se supera en la labor docente y de investigación muy justamente ensalzada por el profesor Rodríguez Torres. Con las perspectivas de los años transcurridos soy testigo de excepción de los sentimientos de admiración y gratitud que le tributaron sus antiguos alumnos con ocasión de las simpáticas conmemoraciones de las Bodas de Plata  y de Oro profesionales de no pocas promociones formadas bajo su eficaz magisterio. Universitario cabal sintió por la institución, vinculada especialmente a la de Valladolid, toda la veneración que siempre mereció.

Cuanto en exposición sumaria hemos hecho constar le hicieron merecedor al nombramiento de académico de número de nuestra Corporación por deseo unánime de los que integraban la nómina de la Academia. Ingresó en ella con brillante discurso que versó sobre “Los fundamentos actuales de la vacunación antitífica” estudio completo de tan interesante cuestión con importante aportación personal, discurso que fue contestado por el académico de número don Misael Bañuelos, quien ensalzó losextraordinarios méritos del recipiendario que le hicieron acreedor a la distinción que la Real Academia otorgaba a tan  destacado discípulo suyo.

Su trabajo en la Academia a lo largo de muchos años ha sido constante, fruto de seria labor científica que lleva el marchamo de lo personal. En los veinticinco tomos de los “Anales de la Real Academia”, publicados desde 1962 hasta el momento actual, pueden leerse las comunicaciones y conferencias, entre las que merece resaltar una sobre “La Salud en el mundo de mañana”, participación de mesas redondas por ejemplo una muy  interesante sobre “Fiebre de Malta” de la que fue presidente  y discursos de contestación a los de otros académicos de número, entre ellos  uno, colmado de emoción con ocasión de ingresar su hijo Emilio como académico numerario.

Con anterioridad a la aparición de los “Anales” desde que en 1939 inicio su  vida académica, colaboró activa y valiosamente por estimarlo siempre el cumplimiento de un deber. Más no fue esto sólo. Impulsó a su trabajo, el vehemente deseo de contribuir en la medida  de lo posible, el prestigio de la institución por la admiración y cariño que sintió por ella. En los años, no pocos, en los que actuó como Secretario General, desarrolló su cometido a plena satisfacción de los dos académicos.

Demostración evidente de cuanto dejamos dicho fue el propósito firme de acometer la ardua tarea de escribir la Historia de nuestra Academia, misión que consideró ineludible. Y no fue fácil la realización de tan plausible deseo que requería al hallazgo de datos y bibliografía, que si se ocupó y  preocupó de encontrarla, pese a sus esfuerzos no le fue posible lograr.

Con todo, consiguió reunir en un librito lo más trascendental sobre lo que fue nuestra Academia desde 1.731 en que la fundara don Lorenzo Pinedo,catedrático de Prima de Avicena y de Vísperas hasta el 1952 en que apareció mencionada publicación. Facilitó el camino el conocimiento profundo que Emilio Zapatero tenía de la Historia en General y másespecialmente de la Medicina, cuya enseñanza le fue confiada en varios cursos por el Claustro de la Facultad, don Narciso Alonso Cortés una de las cabezas mejor dotadas de la Letras Españolas, académico de la Real Academia de la Lengua, prologa la obra dedicada a su autor encendidos elogios por el inteligente trabajo de escribirla. Emilio Zapatero supuso mucho en nuestra Academia. A todas sus actividades, que fueron muchas, las imprimió el talento y dinamismo que le caracterizó proyectando muy reflexivamente a la institución con útiles ideas, para hacerlas operantes en cuanto fuese posible.

Su asistencia a las sesiones científicas y demás actos fue asidua, con rigurosa puntualidad y animo muy bien dispuesto.

Con verdadera añoranza viene a mi mente el recuerdo inolvidable de aquella breve pero sabrosísima tertulia a la terminación de las Juntas Generales que tanto se prodigaban en aquellos felices años.  Se hablaba de todo, de lo divino y  de lo humano en verdadero coloquio que propendía a incontenida alegría.

En mencionada tertulia resplandecía la inteligencia de excepción y fino ironía de don Isidoro de la Villa, la chispa muy aderezada de don Pedro Zuloaga y la singular gracia de Emilio Zapatero que adquiría insospechada altura cuando al evocar su pasado se refería en rico e interminable anecdotario a las tantas andanzas de su azacanada vida profesional como médico rural.

La personalidad de Emilio Zapatero no sólo se proyectó en lo científico y en lo docente, en lo profesional y en lo académico. Como hombre de grancultura se obstinó en enriquecerla en sus más diversas manifestaciones, fue incansable lector siempre. Leía constantemente los clásicos y sentía atracción irresistible por las biografías de los grandes personajes históricos. La pasión por conocer la producción literaria de don Benito Pérez Gladós, le absorbió con excepcional placer no pocos años de su jubilación. Escudriñar la vida, lo que escribió, las costumbres, aficiones, etc., del universal novelista ocupó las mañanas, muchas mañanas del jubiloso descanso, desarrollando su colosal tarea en la Casa-Museo Pérez Galdós de las Palmas de Gran Canaria.

Los episodios Nacionales fueron sin duda una de sus obras cumbres, sobre las que trabajó especialmente Emilio Zapatero.

Recuerdo bien que en cierta ocasión coincidiendo con él en tan bello rincón canario me mostraba gozoso los muchos folios que llevaba escritos con análisis de tan luminosa obra, son la ilusión –desgraciadamente no colmada- de darla el ansiado remate que no permitió lo delicado de su salud.

Su ágil pensamiento, memoria a punto y fácil dialéctica le consagraron como notable conferenciante, ameno siempre. No desmerecía en nada su condición de escritos de prosa, clara, sencilla, veras, sin circunloquios ni rebuscados vocablos, vertiendo en sus cuartillas las tantas vivencias de su paso por el mundo. Se esforzaba, como decía Balmes, en conocer la verdad que era penetrar en la realidad de las cosas.

Escribió y habló en muchos centros culturales de España. No pocos de los que asisten a este acto se habrá deleitado al escuchar en las “Mañanas de la Biblioteca de la Casa de Cervantes” o leer “El Norte de Castilla”, comentarios sugestivos sobre Galdós y otros muy importante también, sobre la obra literaria, incluido el famoso epistolario, de otra novelistaespañola de singular rango, doña Emilia Pardo Bazán. Sin olvidar primorosos artículo sobre las más variadas cuestiones de lo por él vivido.

No podemos omitir que Emilio Zapatero sumaba a la atracción por la literatura, una auténtica vocación artística, que si diversificada, la concretó especialmente en la música. Fue el primer presidente de la Agrupación Musical Universitaria, que fundó uno de los mejores Rectores de nuestra Universidad, Cayetano de Mergelina y Luna.

Amante de la familia en ella encontró las mejores culminaciones de la felicidad que de rejas para abajo cabe en la existencia del hombre. Angelines, su esposa, mujer inteligente y de gran sensibilidad y entereza de espíritu y su hijo Emilio, buen hijo antes que nada y digno sucesor de su padre y maestro se identificaron con su marido y padre con amor en todas las manifestaciones de su vida.

Emilio Zapatero Ballesteros apasionado por el trabajo como norte y dicha de su vida prodigo el bien, la verdad y la sana convivencia. Bien merece el sentido recuerdo que nuestra institución le dedica y al que se han sumado tantos amigos y discípulos, cuya presencia nos honra y agradecemos mucho.

Descase en paz el ilustre académico.

martes, 3 de febrero de 2015

Video de la presentación del libro "Un Médico" en la Universidad de Valladolid


El pasado viernes 23 de enero tuvo lugar en el Anfiteatro López Prieto de la Universidad de Valladolid la presentación del libro “Un Médico”, novela escrita por Emilio Zapatero Ballesteros en 1958 y que han editado sus nietos con el patrocinio de la UVa, de la que el autor de la obra fue catedrático de Medicina hasta su jubilación en 1970.
El acto estuvo presidido por el rector de la Universidad de Valladolid, Daniel Miguel San José, y contó con intervenciones de Luis Arroyo Zapatero y de Juan Zapatero Gómez-Pallete, nietos ambos de Emilio Zapatero, así como de Antonio Rodríguez Torres, catedrático que le sucedió en la Cátedra de Microbiología de la Facultad de Medicina, y del actual secretario de Medicina, José María Fernández.
Entre los presentes, nietos, otros familiares, amigos y colegas.

miércoles, 28 de enero de 2015

Fotografías de la presentación del libro

Estamos recogiendo fotografías de la presentación de la novela "Un médico", que tuvo lugar el pasado 23 de Enero en la Universidad de Valladolid, con la presidencia de su Rector Magnífico, Daniel Miguel San José.
Acudió al acto la Concejala de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Valladolid, Mercedes Cantalapiedra, entre otras autoridades, por lo que aparece reseña en el muro de facebook de la ciudad; accede directamente con este enlace, para ver fotografías como ésta:

El fotógrafo de la UVa Juan Carlos Barrena registró el evento, y ha compartido algunas fotografías en flickr; accede directamente con este enlace, para ver fotografías como ésta:


sábado, 24 de enero de 2015

Noticia en El Norte de Castilla

Para leer cómodamente la noticia aparecida en El Norte de Cartilla, utilizad este enlace.

Una nota de prensa aparece también en la página de la Agencia EFE:salud, con este enlace, que publica la cubierta del libro:

viernes, 23 de enero de 2015

El (muy ameno) discurso inaugural del curso 1947-1948

¿Un discurso inaugural de curso académico del año 47? ¿Y de más de 60 páginas? Podría pensarse que haya de ser un tostón, pero nada más lejos!! Empiecen a leer la transcripción (publicada en su día por la Universidad de Valladolid y Casa Martín) y no podrán parar! Página tras página la pequeña historia de los microbios se desarrolla ante nosotros como una novela. Pueden descargarla en PDF haciendo clic aquí, o en la imagen.

jueves, 22 de enero de 2015

Presentación de la novela "Un Médico"

El Viernes 23 de enero de 2015 a las 11 horas en el Auditorio Lopez Prieto (anatomía) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, con la presidencia del Rector Magnífico de dicha sede, junto a familiares, amigos, discípulos y colegas.