en su despacho

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lunes, 8 de junio de 2015

Notas necrológicas

Sesión necrológica en memoria del Dr. don Emilio Zapatero Ballesteros.
REAL ACADEMIA DE MEDICINA Y CIRUGIA DE VALLADOLID
Doctor Don Vicente Gonzalez Calvo, Académico de Número. Presidente de la Corporación. Enero 1987.

A las sensibles pérdidas que nuestra Real Academia vienen sucediéndose en los últimos años se suma la de uno de los miembros de número que más ha contribuido a dignificar nuestra Corporación en la que trabajo como ejemplar denuedo y entusiasmo: Emilio Zapatero Ballesteros, académico de número muchos años, actuando en no pocos como Secretario General.

Suele decirse que con la muerte llega la hora de las alabanzas y en efecto en ocasiones así ocurre. Por otra parte se exalta a veces la popularidad, que si adquirida merecidamente en muchos casos, se logra en otras por procedimientos nada ortodoxos. No excepcionalmente es quimérico el prestigio que se consigue, nadie sabe cómo y en cambio cuando lo sustenta la más absoluta veracidad, se atribuye irresponsablemente a ese singular fenómeno que se llama suerte cuyo significado no vamos a analizar ahora, no sin admitir que en ciertos casos de alguna manera contribuye a configurar o fomentar el mencionado prestigio.

Por fortuna estas circunstancias han estado muy distantes de la conducta humana, profesional y académica de Emilio Zapatero Ballesteros. Lejos de esto lo que logró que fue mucho y bueno no lo propicio nunca al azar ni a la improvisación sino el trabajo inteligente y tesonero de infinitas y muy duras horas que se sirvió de los mejores recursos para conseguir aquello que se proponía.

En todos los escenarios de trabajo, no precisamente escasos, la tares de cada día la inspiró una dedicación entusiasta, ilusión sin límites y el estímulo que incita al riguroso cumplimiento del deber.

Con insoslayable nostalgia se despiertan en mí viejos y agradabilísimos recuerdos, exacerbados al actualizar en estos momentos el día en que me cupo la ventura de conocer a nuestro llorado compañero, Emilio Zapatero, precedido de fama de muy aventajado estudiante como lo fue también su hermano Faustino.

Llevaba Emilio dos años de médico rural. Yo, cursado el segundo año de carrera me incorporaba gozoso, como alumno interno, a la Clínica de Patología Médica del maestro de ambos, doctor Bañuelos, personalidad admirativa de nuestra Universidad Española y  creador de muy cualificada escuela.

Aquel mismo día conocí a José Mª. Villacián y a Vicente Calvo Criado, profesores auxiliares de sublime magisterio y a los denominados entonces profesores ayudantes de clases prácticas, Manuel Casas Sánchez y Emilio Zapatero Ballesteros, conjunto enseñante muy difícil de superar. La distribución, disciplina y rigor en el trabajo dirigido por don Misael se imponían siempre. No  exentos de la estrecha amistad que a todos nos unía compartida con alegría de espíritu, si bien manteniendo en todo momento el obligado respeto que teníamos a nuestros maestros. Amistad que contó siempre son esos tres ingredientes, la benevolencia, la beneficencia y la confidencia que con mutuo afecto puto y desinteresado, que con fortaleza inexpugnable deben caracterizar a tan hermoso sentimiento. Amistad, la nuestra fraguada al calor de ilusiones y optimismo esperanzador y refrendado a su vez por imperecedera gratitud, no se extinguirá jamás.

Con honda pena  tengo que constatar que de los veinticuatro discípulos que integrábamos la escuela de Bañuelos en aquellos primeros y gratísimosaños, insistía con reiteración el maestro en el adjetivo gratísimo y escrito está, sólo vivimos Justiniano Pérez Pardo, Jesús Calvo Melendro, José Merino Hompanera, Plácido Bañuelos Terán y quien tiene el honor de dirigirles la palabra. Propedéntica por indicación del maestro, la aprendí de Emilio Zapatero. Sorpresa y no sólo a mí causaba del comprobar el trabajo hospitalario que comenzaba, lo compatibilizase, con  el ejercicio profesional en el medio rural en la vecina villa de Mucientes. El joven médico se enfrenta con ambiente nada propicio para alcanzar las metas soñadas.

Las enormes dificultades a veces inverosímiles, que el trajín profesional le deparó desprovistos de los más elementales recursos de diagnostico los contrarrestó con el estudio constante y la minuciosa observación y control del enfermo. Nunca se apreció en él asomo de contrariedad a pesar de las condiciones harto pecarías en las que desarrolló su jornada de sacrificado trabajo. Eso sí, sostenido con alegre talante no desprovisto del buen humos que le asistía siempre.

Emilio Zapatero se enfrenta con gentes de muy variopinta condición, mezcla, en cierto modo de sabiduría no cultivada que yuxtapuesta a actitudes, gestos y expresiones de los habitantes del agro, constituyeron para nuestro compañero, con acopio de experiencia, cantera inagotable de anécdotas, tantas, que con gracia singular evocaba no sólo con sus familiares y los que fuimos sus amigos, sino que tuvieron también eco, con uno u otro motivo, en actos públicos.

El cumplimiento de su contenido, con entrega, sentido de la responsabilidad y esa cosa tan importante, el acercamiento comprensivo al enfermo, merecieron encendidos elogios e inmenso reconocimiento de sus pacientes y convecinos rurales. La efímera pero muy eficaz tarea en elmedio rural bien aquilatada por el profesor Olegario Ortiz, resultados de enriquecedora experiencia, le fue utilísima para emprender con firmeza las rutas que se proponía.

El salto a la ciudad se impone. Abandona el medio rural y oposita a una Plaza de Médico de la Beneficencia Municipal de Valladolid, quizá como él decía, la mejor de las muchas que hizo. A lo menos, me permito agregar, la que más le ilusionó. La incorporación de Emilio Zapatero a la Beneficencia Municipal colmó de satisfacción a su Decano, don Alberto Macías Picavea, prócer médico en saber general y cultura humana, gran señor que paseaba la ciudad con ritmo lento, el bastón bajo el brazo derecho y a través de una barba nívea y muy cuidada, exhibía un semblante sonriente, que proyectaba la gozosa paz interior de que disfrutaba y la satisfacción del deber cumplido. ¡ Que estampa la de ese nombre y la del grupo de médicos de la Beneficencia y cuyo rectorado asumía y a los que dio ejemplo con su conducta recta y aleccionadora!.

¿Podemos suponer a dónde hubiesen llegado esos hombres si con su cualificado ejercicio profesional hubiesen contemplado las sensacionales conquistas de la Medicina y progresos de la técnica de nuestros días?.Tuvieron sí, el privilegio de que su trabajo estaba enmarcado en la sociedad de aquellas calendas que tanto supo respetar y valorar con merecida categoría la misión del médico tan distinta a la de nuestros días, sociedad que podemos asegurar no volverá más.

No obstante esto, todo esfuerzo es poco para reivindicar la mencionada misión del médico, una de las que más dignifican el trabajo del hombre que si implica sacrificio lo compensa con creces la ilimitada ficha de realizarlo. Emilio Zapatero, médico íntegro tan admirado por su Decano y compañeros, que destacó entre los profesionales de aquellos tiempos, tanto en la Casa de Socorro, así denominada entonces, como en la visitadomiciliaria, dio a su trabajo una altura verdaderamente ejemplar.

Inclinado decididamente por el estudio de la Bacteriología imprimió nuevos derroteros a su andadura profesional. Trabaja con ilusión en el Instituto Nacional de Alfonso XIII de Madrid y más tarde completa su preparación en el Hospital de Enfermedades Infecciosas dirigido por don Manuel Tapia, sabiduría clínica de excepción.

A los trabajos clínicos publicados durante su estancia en el medio rural, suma los de índole bacteriológica en número importante y algunos de ellos en revistas francesas, italiana e inglesas. La sólida preparación que logró le permitieron, previa oposición, acceder al Cuerpo de Sanidad Nacional siendo posteriormente nombrado Sub-jefe de Sanidad y Jefe de Epidemiología de Valladolid compatibilizando su trabajo habitual con conferencias y cursos de ampliación especialmente para médico rurales.

Se supera en la labor docente y de investigación muy justamente ensalzada por el profesor Rodríguez Torres. Con las perspectivas de los años transcurridos soy testigo de excepción de los sentimientos de admiración y gratitud que le tributaron sus antiguos alumnos con ocasión de las simpáticas conmemoraciones de las Bodas de Plata  y de Oro profesionales de no pocas promociones formadas bajo su eficaz magisterio. Universitario cabal sintió por la institución, vinculada especialmente a la de Valladolid, toda la veneración que siempre mereció.

Cuanto en exposición sumaria hemos hecho constar le hicieron merecedor al nombramiento de académico de número de nuestra Corporación por deseo unánime de los que integraban la nómina de la Academia. Ingresó en ella con brillante discurso que versó sobre “Los fundamentos actuales de la vacunación antitífica” estudio completo de tan interesante cuestión con importante aportación personal, discurso que fue contestado por el académico de número don Misael Bañuelos, quien ensalzó losextraordinarios méritos del recipiendario que le hicieron acreedor a la distinción que la Real Academia otorgaba a tan  destacado discípulo suyo.

Su trabajo en la Academia a lo largo de muchos años ha sido constante, fruto de seria labor científica que lleva el marchamo de lo personal. En los veinticinco tomos de los “Anales de la Real Academia”, publicados desde 1962 hasta el momento actual, pueden leerse las comunicaciones y conferencias, entre las que merece resaltar una sobre “La Salud en el mundo de mañana”, participación de mesas redondas por ejemplo una muy  interesante sobre “Fiebre de Malta” de la que fue presidente  y discursos de contestación a los de otros académicos de número, entre ellos  uno, colmado de emoción con ocasión de ingresar su hijo Emilio como académico numerario.

Con anterioridad a la aparición de los “Anales” desde que en 1939 inicio su  vida académica, colaboró activa y valiosamente por estimarlo siempre el cumplimiento de un deber. Más no fue esto sólo. Impulsó a su trabajo, el vehemente deseo de contribuir en la medida  de lo posible, el prestigio de la institución por la admiración y cariño que sintió por ella. En los años, no pocos, en los que actuó como Secretario General, desarrolló su cometido a plena satisfacción de los dos académicos.

Demostración evidente de cuanto dejamos dicho fue el propósito firme de acometer la ardua tarea de escribir la Historia de nuestra Academia, misión que consideró ineludible. Y no fue fácil la realización de tan plausible deseo que requería al hallazgo de datos y bibliografía, que si se ocupó y  preocupó de encontrarla, pese a sus esfuerzos no le fue posible lograr.

Con todo, consiguió reunir en un librito lo más trascendental sobre lo que fue nuestra Academia desde 1.731 en que la fundara don Lorenzo Pinedo,catedrático de Prima de Avicena y de Vísperas hasta el 1952 en que apareció mencionada publicación. Facilitó el camino el conocimiento profundo que Emilio Zapatero tenía de la Historia en General y másespecialmente de la Medicina, cuya enseñanza le fue confiada en varios cursos por el Claustro de la Facultad, don Narciso Alonso Cortés una de las cabezas mejor dotadas de la Letras Españolas, académico de la Real Academia de la Lengua, prologa la obra dedicada a su autor encendidos elogios por el inteligente trabajo de escribirla. Emilio Zapatero supuso mucho en nuestra Academia. A todas sus actividades, que fueron muchas, las imprimió el talento y dinamismo que le caracterizó proyectando muy reflexivamente a la institución con útiles ideas, para hacerlas operantes en cuanto fuese posible.

Su asistencia a las sesiones científicas y demás actos fue asidua, con rigurosa puntualidad y animo muy bien dispuesto.

Con verdadera añoranza viene a mi mente el recuerdo inolvidable de aquella breve pero sabrosísima tertulia a la terminación de las Juntas Generales que tanto se prodigaban en aquellos felices años.  Se hablaba de todo, de lo divino y  de lo humano en verdadero coloquio que propendía a incontenida alegría.

En mencionada tertulia resplandecía la inteligencia de excepción y fino ironía de don Isidoro de la Villa, la chispa muy aderezada de don Pedro Zuloaga y la singular gracia de Emilio Zapatero que adquiría insospechada altura cuando al evocar su pasado se refería en rico e interminable anecdotario a las tantas andanzas de su azacanada vida profesional como médico rural.

La personalidad de Emilio Zapatero no sólo se proyectó en lo científico y en lo docente, en lo profesional y en lo académico. Como hombre de grancultura se obstinó en enriquecerla en sus más diversas manifestaciones, fue incansable lector siempre. Leía constantemente los clásicos y sentía atracción irresistible por las biografías de los grandes personajes históricos. La pasión por conocer la producción literaria de don Benito Pérez Gladós, le absorbió con excepcional placer no pocos años de su jubilación. Escudriñar la vida, lo que escribió, las costumbres, aficiones, etc., del universal novelista ocupó las mañanas, muchas mañanas del jubiloso descanso, desarrollando su colosal tarea en la Casa-Museo Pérez Galdós de las Palmas de Gran Canaria.

Los episodios Nacionales fueron sin duda una de sus obras cumbres, sobre las que trabajó especialmente Emilio Zapatero.

Recuerdo bien que en cierta ocasión coincidiendo con él en tan bello rincón canario me mostraba gozoso los muchos folios que llevaba escritos con análisis de tan luminosa obra, son la ilusión –desgraciadamente no colmada- de darla el ansiado remate que no permitió lo delicado de su salud.

Su ágil pensamiento, memoria a punto y fácil dialéctica le consagraron como notable conferenciante, ameno siempre. No desmerecía en nada su condición de escritos de prosa, clara, sencilla, veras, sin circunloquios ni rebuscados vocablos, vertiendo en sus cuartillas las tantas vivencias de su paso por el mundo. Se esforzaba, como decía Balmes, en conocer la verdad que era penetrar en la realidad de las cosas.

Escribió y habló en muchos centros culturales de España. No pocos de los que asisten a este acto se habrá deleitado al escuchar en las “Mañanas de la Biblioteca de la Casa de Cervantes” o leer “El Norte de Castilla”, comentarios sugestivos sobre Galdós y otros muy importante también, sobre la obra literaria, incluido el famoso epistolario, de otra novelistaespañola de singular rango, doña Emilia Pardo Bazán. Sin olvidar primorosos artículo sobre las más variadas cuestiones de lo por él vivido.

No podemos omitir que Emilio Zapatero sumaba a la atracción por la literatura, una auténtica vocación artística, que si diversificada, la concretó especialmente en la música. Fue el primer presidente de la Agrupación Musical Universitaria, que fundó uno de los mejores Rectores de nuestra Universidad, Cayetano de Mergelina y Luna.

Amante de la familia en ella encontró las mejores culminaciones de la felicidad que de rejas para abajo cabe en la existencia del hombre. Angelines, su esposa, mujer inteligente y de gran sensibilidad y entereza de espíritu y su hijo Emilio, buen hijo antes que nada y digno sucesor de su padre y maestro se identificaron con su marido y padre con amor en todas las manifestaciones de su vida.

Emilio Zapatero Ballesteros apasionado por el trabajo como norte y dicha de su vida prodigo el bien, la verdad y la sana convivencia. Bien merece el sentido recuerdo que nuestra institución le dedica y al que se han sumado tantos amigos y discípulos, cuya presencia nos honra y agradecemos mucho.

Descase en paz el ilustre académico.